El papa concluyó hoy su viaje a Perú con una misa ante más
de un millón de personas en Lima, desde donde denunció las situaciones “de
dolor y de injusticia” en las ciudades, y con anterioridad en una charla con
los obispos afirmó que la política en muchos países de Latinoamérica está “muy
enferma”.
En la explanada, donde bajo un sol abrasador aguardaron
durante horas cientos de miles de personas, se celebró la misa más
multitudinaria de esta sexta gira latinoamericana en la que recorrió Chile y
Perú.
El mensaje más duro del viaje llegó hoy durante la mañana en
una charla que mantuvo con los obispos en el arzobispado, en la cual denunció,
como ya hizo en su mensaje a las autoridades peruanas, la corrupción en
Latinoamérica, y aseguró que la política en muchos países de la región “está
muy enferma”.
Citó el caso de la constructora brasileña Odebrecht, en la
que han estado implicado gobiernos de varios país de América Latina y aseguró
que “es solo una parte chiquita”.
“No descuidemos porque si caemos en manos de personas que
sólo entienden el lenguaje de la corrupción, estamos fritos”, advirtió.
Y reitero: “La política esta enferma, esta muy enferma y hay
excepciones, pero en general, está más enferma que sana”.
Y después preguntó a los obispos: “¿Qué pasa en Perú que
todos los presidentes van presos?” y citó a (Ollanta) Humala y “hasta hace
poco” (Alberto) Fujimori.
La visita a Perú se clausuró con una misa en la que el papa
Francisco habló de las ciudades, donde existen “las situaciones de dolor e
injusticia que a diario se repiten” y que “nos pueden generar la tentación de
huir, de escondernos”.
El papa denunció que en la ciudad existen personas que
“consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y
familiar”, mientras que “son muchísimos los no ciudadanos”, “los ciudadanos a
medias o los sobrantes urbanos”.
De estas personas, “que están al borde de nuestros caminos”,
Francisco señaló que van a vivir “a las márgenes de nuestras ciudades sin
condiciones necesarias para llevar una vida digna”.
“Duele constatar, agregó, que muchas veces entre estos
sobrantes humanos se encuentran rostros de tantos niños y adolescentes”.
Lamentó que las ciudades y nuestros barrios “que podrían ser
un espacio de encuentro y solidaridad, de alegría” se “transformen en un
espacio de huida y desconfianza”.
Criticó además que sean “un espacio para la indiferencia,
que nos transforma en anónimos y sordos ante los demás, nos convierte en seres
impersonales de corazón cauterizado y, con esta actitud, lastimamos el alma del
pueblo”.
Llamó entonces a que “la degradación sea superada por la
fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad y la violencia callada
con las armas de la paz”.
Al final de la misa, el pontífice se despidió de Perú
diciendo que su visita, que comenzó el pasado 18 de enero, “dejará una huella
imborrable en su corazón”.
“Agradezco a todos ustedes que han hecho posible que esta
visita dejara una huella imborrable en mi corazón”, afirmó.
En primer lugar, mostró su agradecimiento “al presidente
Pedro Pablo Kuczynski, a las autoridades civiles, a los miles de voluntarios
que con su trabajo silencioso y abnegado como hormiguitas contribuyeron para
que todo pudiera concretarse” y a la comisión organizadora.
Instó a los jóvenes peruanos que “que descubran en la
sabiduría de sus abuelos, de sus ancianos, el ADN que guió a sus grandes
santos”.
“No se desarraiguen”, insistió, y a los abuelos y ancianos
les exhortó a “transmitir a las jóvenes generaciones las raíces de su pueblo y
la sabiduría del camino para llegar al cielo”.
“A todos los invito a no tener miedo a ser los santos del
siglo XXI”, exclamó.
Se despidió pidiendo a los peruanos que “cuidasen la
esperanza” y que la mejor manera de cuidar la esperanza “es permanecer unidos,
para que todos estos motivos que la sostienen, crezcan cada día más”. EFE
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